oy a vivir y morir por la causa de mi fe. Me enorgullezco en la cruz de mi Dios y Señor». Con esas palabras, pronunciadas ante sus verdugos en 1915, el arzobispo armenio Ignacio Maloyan eligió la fidelidad a Cristo frente a la vida.
Su decisión lo convirtió en mártir durante una de las mayores atrocidades del siglo XX: el genocidio armenio, que según los historiadores acabó con la vida de hasta un millón y medio de armenios entre 1915 y 1923, además de cientos de miles de siríacos y griegos. Más de un siglo después, será llevado a los altares este domingo 19 de octubre, cuando el Papa León XVI lo canonice.

La persecución al pueblo armenio está considerado el primer genocidio del siglo XX
De vocación temprana a pastor de un pueblo perseguido
Maloyan nació en 1869 en Mardin, Turquía, bajo el nombre de Shoukrallah. Desde muy joven mostró una profunda devoción religiosa. Su párroco lo envió al convento de Bzommar, en el Líbano, donde se formó como sacerdote. Fue ordenado en 1896 y adoptó el nombre de Ignacio en honor a san Ignacio de Antioquía, el primer sucesor de Pedro que fue devorado por las fieras.
Su labor pastoral lo llevó a Egipto, donde destacó por su celo y dedicación a la comunidad. En 1911 fue nombrado arzobispo de Mardin, una diócesis azotada por la violencia y la persecución contra la minoría armenia. Desde su llegada, Maloyan trabajó incansablemente por la renovación espiritual de sus fieles y promovió la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
La persecución y el martirio
El 30 de abril de 1915, el ejército otomano rodeó el Obispado Católico Armenio de Mardin bajo el pretexto de buscar armas. Poco después, el 3 de junio, soldados arrestaron a Maloyan junto con otros 27 líderes católicos armenios. Encadenados, fueron llevados a juicio. Allí, Mamdooh Bek, jefe de la policía, le ofreció salvar su vida si renegaba de su fe y se convertía al Islam. Maloyan, firme, respondió que nunca traicionaría a Cristo ni a su Iglesia.
La negativa le costó una brutal paliza: fue golpeado con la culata de un arma, encadenado de pies y manos y torturado sin piedad. Pese al sufrimiento, no dejó de rezar. Cuando su madre lo visitó en prisión, la consoló y la animó a aceptar la voluntad de Dios.
El 10 de junio de 1915, Maloyan fue llevado al desierto junto a 447 fieles–entre ellos 16 sacerdotes y varias religiosas– para ser ejecutados. En el camino, el arzobispo bendijo un trozo de pan y lo repartió entre los prisioneros, celebrando la Eucaristía en medio de la atrocidad. Testigos relataron que un aroma perfumado invadió el lugar y que los rostros de los cautivos reflejaban una paz sobrehumana.
Finalmente, llevado ante Mamdooh Bek, Maloyan recibió una última oportunidad de salvar su vida. Su respuesta fue clara: «Voy a vivir y morir por la causa de mi fe. Me enorgullezco en la cruz de mi Dios y Señor». Furioso, el oficial le disparó a quemarropa. Con su último aliento, Maloyan exclamó: «Dios mío, ten piedad de mí; en tus manos encomiendo mi espíritu».
Ignacio Maloyan fue beatificado el 7 de octubre de 2001 por san Juan Pablo II, y su memoria se celebra cada segundo sábado de Pentecostés. Su vida, marcada por una fe inquebrantable que lo llevó a preferir la muerte antes que renegar de Cristo, cobrará una nueva dimensión cuando sea elevado a los altares como nuevo santo de la Iglesia este 19 de octubre.
Fuente: Ignacio Maloyan, el arzobispo mártir durante el genocidio armenio que será canonizado este domingo