La reciente victoria azerí en Nagorno Karabaj va a suponer un importante viraje
geopolítico en el Cáucaso sur. El apoyo militar turco al despliegue del Ejército de Aliyev
ante la pasividad de las tropas de paz rusas supone un destacado incremento del peso
de Estambul en la zona en detrimento de Moscú, más pendiente de lo que sucede en su
guerra en Ucrania.
El siguiente objetivo de Bakú es el enlace con el enclave azerí aislado de Najicheván.
Esta unión permitiría la conexión Turquía-Azerbaiyán a través del corredor Zangezur,
atravesando la estrecha región meridional armenia de Syunik, en la frontera con Irán
Armenia, la gran damnificada, no solo se queda sola ante la inactividad de su principal
aliado, Rusia, sino que ve cómo peligra su propia integridad territorial. A la ya consabida
desaparición de la República de Artsaj se une la amenaza real del corredor Zangezur.
De materializarse la conexión, Armenia quedaría aislada por países hostiles, a excepción
de la frontera septentrional con Georgia, en una situación de extrema vulnerabilidad.
La conexión turco-azerí permitiría una comunicación más fluida en las rutas energéticas
de los dos países, evitando la intermediación de la neutral Georgia, necesaria para evitar
la circulación por territorio iraní o armenio.
De esta forma, se configurarían de una manera más robusta las dos principales líneas
antagónicas: la mencionada conexión Bakú-Ceylán permitiría la llegada a Europa vía
Mediterráneo a través de puertos turcos, conformando un eje este-oeste contrapuesto al
eje norte-sur resultado de la conexión Moscú-Teherán, con salida al mar Arábigo.
Azerbaiyán y Turquía vs. Armenia y ¿Rusia?
El conflicto en el Alto Karabaj evidencia la prioridad que para Rusia supone actualmente
la guerra en Ucrania. La actitud descuidada o pasiva de Moscú en el Cáucaso sur no es
un hecho aislado, sino que se suma a otros ejemplos de inacción en su patio trasero. El
más relevante fue el acontecido en el verano de 2022, cuando un choque fronterizo entre
Kirguistán y Tayikistán, que provocó un centenar de víctimas mortales, estuvo cerca de
suponer una importante crisis en la región1.
Esta escalada de tensión obligó a Armenia a buscar nuevos aliados, encontrando en
EE. UU. a un mediador válido. Sin embargo, los resultados no fueron positivos.
Azerbaiyán, con Turquía como principal aliado y el beneplácito de Israel, tomó el control
de la región secesionista, sabedora de que la Unión Europea, para la que se ha
convertido en un importante proveedor energético tras el bloqueo a Rusia, se limitaría a
leves protestas.
La nueva configuración de la región afianza el rol de Azerbaiyán, que ha pasado de estar
rodeada de vecinos poco amigables (Irán, que cuenta con una importante población azerí
tiene una actitud recelosa y desconfiada hacía Bakú. A pesar de compartir religión y
orígenes, la relación con Armenia ha sido históricamente conflictiva. La cristiana Georgia
nunca ha sido un aliado y la inestable región rusa de Daguestán no facilita la conciliación)
a ser temida por su amistad con Turquía y la geopolítica de los carburos, pues es uno de
sus principales exportadores, lo que supone importantes desembolsos económicos que
repercuten su beneficio.
Además de los intereses en el gas y los hidrocarburos azeríes, principal razón de la
creación del corredor en territorio armenio, la conectividad con Bakú supondría una
herramienta útil: un puente para expandir las influencias pantúrquicas en las antiguas
repúblicas soviéticas centroasiáticas, que tienen raíces comunes. La consecución de
estos intereses e influencias confiere a Turquía el estatus de potencia regional en
detrimento de los objetivos rusos e iraníes.
Varios expertos han justificado la no intervención rusa, amparándose en el hecho de que
Azerbaiyán no pertenece a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC),
de la que sí forma parte Armenia. Este argumento queda invalidado por el ejemplo
expuesto. Con su conflicto fronterizo, tanto Kirguistán como Tayikistán, pertenecientes al
tratado de seguridad orquestado por Moscú, evidenciaron la profunda fragilidad de la
referida institución en el terreno práctico. Más complejo sería el debate si la no
intervención rusa se analiza desde la perspectiva de que la región del Alto Karabaj, a
pesar de tener mayoría armenia y ser Rusia garante de su seguridad, pertenecía de iure
a Azerbaiyán.
Tampoco hay que olvidar que en el contexto de la guerra de Ucrania, las ambiguas
relaciones entre Rusia y Turquía están afectadas no solo por la geopolítica del control
del mar Negro, sino desde el punto de vista militar y armamentístico, pues Ankara se ha
convertido en uno de los principales proveedores de Moscú. Estos factores pueden influir
en la política de no intervención del Kremlin en el conflicto caucásico y, por extensión,
en el área de influencia otomana.
La entrada de China en el patio trasero centroasiático, unida al auge de Turquía en el
sur del Cáucaso, supone una seria pérdida para la influencia histórica de Rusia esta área.
El deseo no cumplido de repetir una victoria relámpago en Kiev, como la que condujo a
la ocupación de Crimea, supuso un duro fracaso para Rusia. El desgaste de la guerra,
cuya duración se extiende más de lo que Moscú había estimado, está obligando a
replegar filas.
Rutas energéticas
La creación de un corredor que una Turquía con Azerbaiyán supondría un nuevo y duro
contratiempo para Moscú. El refuerzo de las vías este-oeste desde Bakú —rica en
yacimientos tanto petrolíferos como de gas—, pasando por Turquía, hasta llegar a
Europa a través del Mediterráneo exige a Rusia una medida que actúe de contrapeso.
La solución a priori más sencilla consiste en reforzar la vía norte-sur, que Moscú
monopoliza desde tiempos soviéticos. Esta ruta, que partía de las costas ribereñas del
Caspio de Kazajistán y Turkmenistán y que conecta con los oleoductos septentrionales
rusos, se ha ido ampliando en sentido sur hasta el vecino Irán. El bloqueo por parte de
Estados Unidos obliga a Irán a la búsqueda de intermediarios, y Rusia es un buen socio
con capacidad e infraestructuras para canalizar los recursos persas (figura 2). Los
recientes acuerdos en materia de hidrocarburos entre Moscú y Teherán están vinculados
a la explotación del importante yacimiento iraní de Chalous, en el Caspio. Estos otorgan
a Rusia un 40 % de la producción, cifra muy por encima del 28 % del que dispondrá
China y del 25 % del propio Irán. Los mencionados acuerdos suponen un punto y seguido
en las políticas rusas en la región, que sin duda se incrementarán5.
Conclusiones
Las consecuencias geopolíticas de la incorporación del territorio del Alto Karabaj al
Estado azerbaiyano pueden clasificarse en tres ámbitos principales interconectados.
Desde el punto de vista territorial, esta evidencia la importante fragilidad de Armenia y
hace factible un nuevo ataque en la región de Syunik que viole la integridad territorial del
país.
Desde la perspectiva geopolítica, la principal consecuencia es la evidencia de la debilidad
de Rusia: el principal aliado armenio, cuya bandera ondea junto a la nacional en las
fronteras con Turquía y Azerbaiyán y que servía de potencial herramienta disuasoria, hoy
en día no tiene ese efecto. La pasividad de las tropas rusas ante el avance azerí revela.
Fuente: Las consecuencias geopolíticas del fin armenio de Nagorno Karabaj – CESEDEN